Memorias de un caracol: Un tributo a Søren Kierkegaard

Memorias de un caracol

“La vida sólo puede ser comprendida viendo hacia atrás, pero ha de ser vivida mirando hacia adelante”.
Con esta poderosa frase, el personaje de Pinky nos transmite —de forma empática y fascinantemente directa— quizá el mensaje más importante de esta hermosa cinta (Memorias de un caracol): un homenaje claro a Søren Kierkegaard.

La animación es un género que poco a poco conquista las diferentes edades de su audiencia. Sin embargo, son pocas las producciones que retratan con honestidad la crudeza de la monotonía y nuestros duelos con las inseguridades, los trastornos, la pérdida y el pasado. Ese pasado que siempre nos ronda como una constante comparación de cuándo y cómo las cosas fueron mejores… o peores.

En Memorias de un caracol, se nos presenta a Grace y Gilbert Pudel, dos hermanos gemelos nacidos prematuramente. Desde el inicio, la pérdida se manifiesta: mientras los gemelos veían la luz por primera vez, la vida de su madre se desvanecía durante el parto.

Grace nació con un aparente labio leporino, condición que casi le cuesta la vida durante una intervención médica. Tras la emergencia, Gilbert se ve obligado a hacer una transfusión de sangre, salvando la vida de su hermana y convirtiendo su conexión en un lazo inquebrantable.

El duelo

Lamentablemente, el duelo se vive diferente para cada individuo y, tras la perdida de su esposa, Percy, padre de Grace y Gilbert, no logra sobreponerse y se refugia en el alcohol, lo que acelera su propio final. A partir de este punto, los hermanos son separados y adoptados por familias bastante peculiares: Grace es acogida por una pareja sexualmente liberal y promiscua, mientras que Gilbert, es adoptado por una familia de fanáticos religiosos que lo maltratan hasta la madurez. La única fuerza que los mantiene en pie es la promesa escrita en las cartas que se envían, con la esperanza de reencontrarse algún día.

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Aunque la vida no sigue el guión esperado, Grace encuentra una figura materna en Pinky, una dulce anciana apodada así tras cortarse el meñique cuando bailaba cerca de un ventilador en Barcelona.

El amor de Memorias de un caracol

El amor también juega un papel fundamental en la historia, evidentemente con sus limitantes. Una mañana, Grace es despertada por un sonido ensordecedor, al asomarse, ve a un hombre llamado Ken, encantado con su nuevo soplahojas. El flechazo entre ambos es inmediato, llevándolos a consumar su amor por un tiempo, sin embargo, la relación termina abruptamente cuando Grace descubre el fetiche de Ken: engordar a sus parejas de forma mórbida.

Por su parte, Gilbert enfrenta el rechazo brutal de su madre adoptiva al descubrir sus preferencias sexuales. Durante discusiones, una terapia de shock para “erradicar” la homosexualidad y un bidón de gasolina de por medio, el conflicto culmina en un incendio en el que se cree que Gilbert ha muerto.

Sueños y metas

Los sueños de ambos protagonistas son claves en su desarrollo, ambos quieren seguir los pasos de su padre, quien se destacó como un animador y artista callejero, impulsando a Grace para ser una gran animadora, y a Gilbert, como un mago y escupefuegos en París.

La cinta retrata con inclemencia, pero también con sensibilidad, lo que ocurre cuando nuestros planes no se concretan. La impotencia de no alcanzar sus metas los lleva a enfrentarse a trastornos como la piromanía, la acumulación y la cleptomanía, aunque todo acompañado igualmente de amor, empatía y redención.

Como en la vida misma, los eventos de esta historia exponen un espejo de lo complejo y efímero de la existencia. Afortunadamente, la grandiosa Pinky nos rememora que no todo es tristeza y dolor. Detalles tan simples como fumar un cigarro bajo la lluvia o usar un suéter recién salido de la secadora pueden marcar la diferencia entre un mal día y uno inolvidable, recordándonos “que a veces, por la grandeza de un instante, se mide la grandeza de toda una vida”.

Punto y aparte con Memorias de un caracol

Solamente se pueden dedicar elogios a tan magnificente animación. Cada fragmento está cuidadosamente construido para ofrecer una experiencia única. El guión está lleno de aforismos que evocan a la reflexión, situaciones que despiertan conmiseración, y personajes que —pese a su diseño grotesco e inquietante— terminan por ganarse nuestro amor a medida que avanza la historia.

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No cabe duda, el stop-motion se alza con grandilocuencia en esta obra: un aviso tenaz de poder ser cautivos de nuestras propias jaulas, pero también, responsables de la manumisión de la misma.

“Los caracoles avanzan dejando migas de pan, pero sin la intención de volver. Su rastro no es un mapa, sino una estela de su paso, una huella que habla de dónde estuvieron, no de hacia dónde van. Recuerda, nunca dar paso hacia atrás”

VISDOM, sabiduría en entretenimiento.

Brian Prado

By Brian Prado

Cinéfilo, creativo y amante del arte que nos rodea.

One thought on “Memorias de un caracol: Un tributo a Søren Kierkegaard”
  1. La gran redacción de este expresivo rodaje, nos hace reflexionar ante la crudeza, realidad, y diversidad de temas sociales que abrazan el filme, excelente critica siempre cuidando y respetando la diversidad de opiniones. Bravo felicidades abunda el profesionalismo.

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