Para una novela escrita a finales de los años 70 e inicios de los 80, Camina o muere llega al cine bajo la dirección de Francis Lawrence con una sorprendente vigencia. La historia refleja de manera inquietante lo que sucede cuando las decisiones de los altos mandatarios parecen tan descabelladas que resultan imposibles de creer. Esta adaptación se convierte en un espejo de lo que podría ocurrir si una situación social llegara a los extremos más inhumanos.
Trama: la marcha que nadie quisiera caminar
En un Estados Unidos alternativo y totalitario, cada año se organiza un evento despiadado conocido como “La larga marcha”. Un puñado de adolescentes son seleccionados para participar en esta competencia de resistencia física y mental. La regla es simple, pero mortal: deben caminar sin detenerse y mantener una velocidad mínima. Si caen por debajo del límite reciben advertencias, y tras la tercera, la consecuencia es inmediata: la ejecución a manos de los soldados que custodian el recorrido.
El ganador obtiene un premio incalculable, desde reconocimiento nacional hasta el cumplimiento de cualquier deseo. Sin embargo, lo que realmente marca la travesía no es el premio, sino el desgaste psicológico, el miedo, las dudas y la crueldad institucional que corroe a los participantes.
El protagonista, Raymond Garraty (Cooper Hoffman), se inscribe a pesar de la oposición de su madre. Durante el camino, construye amistades, presencia traiciones y enfrenta la muerte de compañeros, mientras la esperanza se desvanece paso a paso.
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Más común que la ficción
Más allá de la acción y la crudeza de las imágenes, Camina o muere es también una metáfora de la vida: amistades, lazos profundos, momentos de honestidad y la importancia de disfrutar lo poco que se tiene. Todo esto lo encarna con fuerza Peter McVries, interpretado magistralmente por David Jonsson, quien recuerda que incluso en la oscuridad más rutinaria puede existir un destello de alegría entre la tristeza y la ira.
El elenco brilla en conjunto. Cooper Hoffman sostiene el peso de la historia, acompañado de la gran dupla que forma con David Jonsson. Ben Wang (Karate Kid: Leyendas)sorprende al demostrar que es mucho más que un artista marcial; Judy Greer transmite con sensibilidad la preocupación maternal; Charlie Plummer genera un complejo equilibrio entre desprecio y compasión; y, como plato fuerte, Mark Hamill, que deja atrás la imagen adorada de Luke Skywalker para encarnar a un personaje odiado desde su primera aparición.
Aun así, algunos personajes secundarios se sienten de relleno y sin una función objetiva dentro de la narrativa, lo que debilita ligeramente la construcción del mundo distópico.
Francis Lawrence y la tensión constante en Camina o muere
Conocido por dirigir gran parte de la saga de Los juegos del hambre, Francis Lawrence imprime a la película una tensión que nunca cede. La cámara y el ritmo narrativo convierten el estrés en un protagonista más de la historia.
Los personajes, enfrentados a la pérdida y al agotamiento, reflejan emociones que cualquier persona podría tener en situaciones límite: desesperación, nostalgia por el último abrazo de una madre o la esperanza de alcanzar una vida que nunca llegará.
En apenas una hora y cincuenta minutos, Lawrence logra una película que atrapa de inmediato. El equilibrio entre el drama y la violencia gráfica convierte a Camina o muere en una experiencia inmersiva, la cual se expresa en una acción tan siempre como caminar. Aunque la distopía estatal no se desarrolla con toda la claridad que podría, el peso de la trama recae en las actuaciones y en la intensidad emocional de los protagonistas.
Camina o muere no es solo una adaptación literaria, es un recordatorio de lo que sucede cuando la sociedad se convierte en espectáculo y la vida pierde valor frente al poder. La crítica de Stephen King —escrita bajo su alias Richard Bachman— se refleja en pantalla con una brutalidad que no deja indiferente.
Francis Lawrence entrega una película dura, emocional y profundamente actual, que plantea una pregunta incómoda: en un mundo que exige sacrificios constantes, ¿cuánto estamos dispuestos a dar antes de rendirnos?
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